REDACCIÓN 'EL OBSERVATORIO'
En el corazón de San Francisco, California, una mujer llamada Ann está redefiniendo la comunicación a través de la tecnología de interfaz cerebro-computadora (BCI). Paralizada por un derrame cerebral en 2005, Ann ha experimentado una metamorfosis al tener más de 250 electrodos implantados en su cerebro. Gracias al neurocirujano Edward Chang y su equipo de la Universidad de California en San Francisco, Ann ahora puede expresarse a una velocidad de 78 palabras por minuto, un avance significativo en comparación con los esfuerzos anteriores de BCI.
Esta tecnología ha proporcionado una nueva voz a aquellos que la habían perdido, marcando un hito emocionante en la convergencia entre la mente y la máquina.
Implantes cerebrales y empresas pioneras
Este año ha sido testigo de varios estudios que han reforzado la creciente promesa de los implantes BCI. Desde la traducción de la actividad neuronal en texto hasta la creación de un puente digital entre el cerebro y la médula espinal de un hombre paralizado, los avances han sido notables.
Neuralink, la empresa de neurotecnología fundada por Elon Musk, ha dado un paso audaz al invitar a voluntarios con parálisis para probar su implantable BCI. Sin embargo, la comercialización de estas tecnologías aún está en una etapa inicial, ya que la necesidad de BCIs sólidas y seguras que puedan expandirse masivamente plantea desafíos significativos. A pesar de estos desafíos, los expertos, como el neurocirujano Edward Chang, anticipan un "umbral realmente importante" en los próximos cinco años, marcando un cambio de la prueba de principios a nuevas terapias revolucionarias.
Desafíos éticos y el auge de los dispositivos portátiles
A medida que la neurotecnología se propaga, los desafíos éticos se multiplican. La UNESCO está en proceso de votar sobre directrices internacionales y recomendaciones de políticas para el uso de esta tecnología. Las conversaciones se centran en la necesidad de salvaguardar la privacidad mental y la autonomía en un mundo cada vez más saturado de tecnologías invasivas.
Empresas como EMOTIV se autodenominan "decodificadores de la experiencia humana", mientras que Elon Musk afirma que Neuralink podría "arreglar casi cualquier problema con el cerebro". Esta retórica audaz, sin embargo, plantea preguntas críticas sobre la exageración y la necesidad de un diálogo más profundo sobre los impactos y límites éticos de la neurotecnología.
Enfoque en el consumidor: hacia dispositivos portátiles innovadores
Mientras los implantes BCI avanzan, un ecosistema comercial paralelo está surgiendo con dispositivos portátiles de lectura del cerebro. Estos dispositivos miden la actividad cerebral a una resolución más baja pero buscan mejorar la salud mental, la productividad y la interacción con las computadoras. Sin embargo, el camino hacia la adopción masiva de estos dispositivos está plagado de desafíos.
Las tecnologías de electroencefalografía (EEG) se presentan como una opción, pero su capacidad para decodificar pensamientos privados aún se debate. Empresas como Meta y Apple ya están incorporando sensores EEG en sus auriculares, anticipando un cambio hacia experiencias informáticas más inmersivas.
¿Hacia una protección global de los Neuroderechos?
Con el acelerado desarrollo de la neurotecnología, los defensores de la ética y los reguladores están lidiando con la urgencia de establecer límites y protecciones. La idea de neuroderechos se presenta como una necesidad crucial, defendiendo la privacidad mental, previniendo manipulaciones y protegiendo contra sesgos en los algoritmos de la neurotecnología.
Mientras Chile lidera la protección de los neuroderechos con legislación constitucional, otros países, como Brasil, México, España y Australia, exploran cómo crear leyes para abordar los desafíos éticos de la neurotecnología. La UNESCO, la ONU y otras organizaciones internacionales están en el centro de las discusiones, evaluando si se necesitan marcos regulatorios más amplios para guiar el desarrollo y uso ético de la neurotecnología.
Fuente: Nature